Que muchas personas salgan a bloquear vías, a realizar plantones o a realizar cacerolazos en algunas ciudades del país, no debe ser entendido como la voluntad y el sentir de todo un pueblo.
Por: José Obdulio Espejo Muñoz
Quería escribir esta columna cuando las aguas estuvieran más calmas. Tener la cabeza fría y, por sobre todas las cosas, entender las razones que impulsan a un importante número de colombianos a salir a marchar, en especial a los jóvenes.
Tengo 53 años y la brecha con las nuevas generaciones quizá es tan abismal, que, su particular forma de ver el mundo, escapa a mi comprensión. Por eso quiero entender los porqués del devenir de los sucesos previos al 21N, lo que pasó aquel día y los acontecimientos ulteriores.
Siempre he sostenido que el sentido común es el menos común de los sentidos. Entonces me resulta imperativo comprender por qué los promotores del paro azuzaron a las masas a salir a las calles a protestar de manera pacífica, pero ante la oleada de actos vandálicos que se presentaron aquella jornada y las subsiguientes, no salieron con la misma vehemencia a llamar a la calma y a la mesura.
Me pregunto también si a algunos de los politiqueros que manifestaron abiertamente su apoyo a esta protesta social les cabe alguna responsabilidad moral, disciplinaria o penal frente a todo lo acontecido. Particularmente los casos de Gustavo, Roy y el senador Iván Cepeda, de quien se conoció un video que circuló por WhatsApp en el que alentaba a sus contertulios a repetir y superar los sucesos de Chile. ¿Habrá querido significar la destrucción de la infraestructura y el ataque a los agentes del orden al paso de las hordas inconformes? Júzguenlo ustedes.
Igualmente, me esfuerzo en entender por qué algunos pobres destruyeron las estaciones y los buses del transporte público donde nos movilizamos los pobres, bien para ir al estudio, al trabajo o al rebusque diario. Que la influencer ‘Epa Colombia’ haga abierta apología al delito y a los comportamientos vandálicos y se salga con las suyas, es una afrenta al imperio de la ley. ¡Todo un contrasentido!
Tampoco entiendo por qué los defensores de derechos humanos no se pronuncian sobre los ataques a la integridad de los más de 300 uniformados de la Policía y el Ejército que han resultado heridos durante esta protesta social para nada pacífica, como sí lo hacen con vehemencia en casos donde los uniformados se exceden en el uso de la fuerza. ¿Acaso la subteniente Zahara Corrales o el patrullero Arnoldo Verú Tovar, herido ayer en Neiva, no son seres humanos como lo era Dilan Cruz?
La participación de venezolanos en los desmanes es otra arista del paro que deja en el aire más dudas que certezas. ¿Actuaron de manera espontánea e individual o fueron contratados por extremistas de alguno de los polos de esta confrontación para generar el caos y el desorden social? Por eso no entiendo la decisión de Migración Colombia de expulsar del país a 59 venezolanos sin iniciarles una causa en derecho.
Por otra parte, en este país desmemoriado se nos ha querido hacer creer que la movilización del pasado jueves ha sido la más multitudinaria en nuestra historia y que se debe hacer de esta un hito. Así nacen los mitos y todos sabemos que no obedecen a la realidad. Pues permítanme contradecirlos, porque la marcha del ‘No más Farc’ o del millón de voces superó con creces a la del 21N. Es tan cierto como que aquel 4 de febrero de 2008 no hubo un solo herido y nadie vandalizó la infraestructura pública o los bienes privados.
Por eso, el hecho de que muchas personas salgan a bloquear vías, a realizar plantones o a realizar cacerolazos en algunas ciudades del país, no debe ser entendido como la voluntad y el sentir de todo un pueblo.
Una lectura en este sentido nos pone en el abismo de la oclocracia, una degeneración de la democracia en la que las muchedumbres toman las decisiones por los demás. Nada más peligroso que la dictadura de las masas, como lo advirtiera Polibio, historiador griego en su obra Historia, escrita alrededor del año 200 a. C.
La oclocracia es la democracia maniquea, viciosa y amañada. Unos pocos, en comparación con el todo, pero que generan masa o muchedumbre, imponen su visión del Estado. ¡Tiranía de la muchedumbre en las calles! Son guiados por la voz de un líder populista, pero carismático, que se presenta a sí mismo como aquel mesías que les resolverá todos sus problemas y necesidades. Léase Nicolás, Evo, Hugo, Fidel, Cristina o Daniel.
Los marchantes no son la voz al unísono de Colombia. Para nada me representan a mí y a otros tantos millones de colombianos que no hemos salido a las calles a protestar en estas jornadas, pero si lo hemos hecho para ir al trabajo o a cumplir con nuestras responsabilidades. Ellos jamás reemplazaran la voluntad del constituyente primario. ¡Ni más faltaba!
Claro que los inconformes tienen derecho a expresar su inconformismo y usar como mecanismo de escucha la protesta social. Es su derecho constitucional. Claro que muchas de sus reivindicaciones son válidas y considero que algunos cambios que plantean son necesarios. Mas no pueden olvidar que sus derechos tienen por límite los derechos de los demás. Que ¿qué le quiero decir, joven?: que sus derechos terminan donde empiezan los míos y hacer uso de ellos también demanda deberes.
https://lasillavacia.com/silla-llena/red-de-la-paz/las-voces-de-la-oclocracia-71796
Un comentario
2 DICIEMBRE 2019
LAS VOCES DE LA OCLOCRACIA
Que muchas personas salgan a bloquear vías, a realizar plantones o a realizar cacerolazos en algunas ciudades del país, no debe ser entendido como la voluntad y el sentir de todo un pueblo. (José Obdulio Espejo Muñoz)
COMENTARIO JUAN GARCÍA
Artículo 37. Toda parte del pueblo puede reunirse y manifestarse pública y pacíficamente. Sólo la ley podrá establecer de manera expresa los casos en los cuales se podrá limitar el ejercicio de este derecho.
La protesta pacífica, es la forma de llamar la atención pública y de las autoridades sobre el conflicto o las necesidades cuya satisfacción se reclama. Pero no existe un derecho al paro.
Así mismo excluyen de su contorno material las manifestaciones violentas y los objetivos ilícitos. Estos derechos tienen una naturaleza disruptiva (interrupción súbita), un componente estático (reunión/pública) y otro dinámico (manifestación pública).
El pueblo puede manifestarse sin violencia, pero hemos visto que las manifestaciones, fueron infiltradas por extranjeros, especialmente venezolanos, estudiantes encapuchados, entrenados y enviados por políticos mañosos, demagogos e incendiarios, que promulgan lo humano, como Petro y Gustavo Bolívar, para enfrentar la fuerza pública con el fin de justificar la represión y de paso calumniarla, atacarla, humillarla y denunciarla ante ONG´S y organismos como la ONU y WRW. Y lograr eco en los medios ya conocidos como Semana, El Espectador, La W etc.
Quien tiene derechos, también tiene deberes, pero los vándalos tan sólo exigen que no los ataquen ni cohíban de sus actividades destructoras al bien público.
El pueblo colombiano, amante de la democracia, no puede aceptar lo dicho por Thomas Hobbes, “Bellum omnium contra omnes”, que nos lleva irremediablemente a confirmar su siguiente máxima “Homo hominis lupus”.
Desde el 21 de noviembre, he visto manifestaciones y actos vandálicos, con un fin político y no social. Quieren acorralar al señor presidente Duque, y conducirlo a que cumpla unas peticiones que terminarán en una constituyente y el diálogo con el ELN. La razón, que esos criminales exijan las mismas prebendas de las Farc y las mismas curules, así serían mayoría en el Senado y nos llevarían irremediablemente a homologar a Venezuela.