Continuando con la estrategia Líderes EJC, en este capítulo hablaremos sobre el valor del soldado.
Por: CN (R) Cesar Castaño
El 13 de octubre de 1934, en medio de una ceremonia de juramento de bandera en la antigua fábrica de municiones del Ejército, ubicada en Bogotá (actual sede de la Escuela Logística), el padre Luis Alberto Castillo, quien había sido capellán en el conflicto colombo-peruano (1932-1933), pronunció unas palabras sentidas en homenaje a los soldados.
El clérigo tenía fama entre las tropas, a raíz de su valerosa participación en un combate contra los peruanos, librado el 16 de abril de 1933, en un episodio confuso conocido como “La sorpresa de Calderón”. Por aquellos días, la tercera compañía del Batallón de Infantería ‘Juanambú perteneciente al
destacamento del Putumayo, al mando del mayor Diógenes Gil, fue sorprendida por un tiroteo intenso cuando la unidad se encontraba formada en Puerto Calderón, sobre la ribera norte del rio Putumayo, sin armas, de espaldas al afluente y la munición guardada en cajas, mientras era sometida a una revista inspección de aseo y presentación personal.
Como resultado de la agresión por causa de un disparo, falleció el soldado José Aguilar. Otros dos soldados y un oficial resultaron heridos.
La circunstancia ingrata es narrada en detalle por el entonces ministro de guerra Carlos Uribe Gaviria (hijo menor del caudillo liberal Rafael Uribe Uribe) en un libro de su autoría titulado, la verdad sobre la guerra.
Aquel día de abril infausto, a los gritos de ¡Viva Colombia!, el padre Castillo contribuyó a reagrupar la tropa y responder al fuego del enemigo, que se vio llevado a abandonar el sitio. De ahí, el valor que cobran las palabras que pronunciara el capellán en el juramento de bandera, pues, más allá de una pieza oratoria o una oración fúnebre, eran el reflejo fiel de los días de durezas y penalidades compartidas (hombro a hombro) con los soldados en el campo de combate.
De esta manera, el consagrado sacerdote, se refirió al valor del soldado
colombiano:
Honor al soldado y honor a la bandera. Entre todas las glorias de que puede ufanarse la nación, la militar fulgura con brillo incomparable. En todos los pueblos civilizados, el soldado ocupa un puesto de preferencia honrosa en la consideración de sus conciudadanos. Para llegar a la comprensión exacta del
soldado, es necesario subir por encima del hombre de industrias y de labor, por encima del comerciante que busca su propio interés, por encima del sabio que multiplica para nuestra utilidad los descubrimientos más preciosos.
Sublime es la misión del soldado.
Si los magistrados y estadistas tienen la espada vengadora, al soldado le corresponde manejarla pecho a pecho en el combate por defender la libertad y la vida de sus hermanos.
Finalizado el homenaje, el sacerdote describió la muerte de un soldado en los hechos inadmisibles de Puerto Calderón. Sus palabras sumieron a los asistentes en un silencio profundo: «Un día de abril del año 33, una bala traidora, en las riberas del Putumayo, hirió de muerte a un soldado nuestro.
Dentro de una chonta retorcida, los médicos ejecutaron una operación encarnizada para cumplir con el deber de salvarle la vida.
Ante los ojos atónitos de sus compañeros, el soldado soportó la operación dolorosa sin un lamento; luego, desangrado, entro en agonía. Lo tomé en los brazos para preguntarle, ¿Usted sufre?
- No, me respondió dominando terribles dolores. ¿Usted tiene hijos? – No.
- ¿Usted tiene madre? A esta pregunta, sobre el rostro marfileño del héroe, se dibujó un gesto de muy hondo dolor en el alma.
- Si, tengo madre… Y por sus mejillas rodaron lágrimas gruesas; las de un soldado que le había dado a la madre patria el tributo sagrado de la sangre y a la madre que lo dio para la patria… el tributo sagrado de sus lágrimas.
Finalizada la intervención con el rostro contraído y la voz visiblemente entrecortada, el padre Castillo selló su oración con estas palabras: «Allá quedaron sus huesos en la selva del Putumayo, envueltos en la bandera tricolor como una afirmación de soberanía. Por eso, cuando les pregunten para qué necesita la patria de soldados, respondan sin temor alguno: para defender nuestra bandera».
tomado de : https://www.cronicadelquindio.com/opinion/opinion/el-valor-de-ser-soldado