Militares y policías nos muestran a diario su compromiso en defensa de la institucionalidad de la nación. Debemos reconocer su esfuerzo y valentía.
Por: Fernando Barrero Cháves
Querido hijo, mi teniente Diego Alejandro Barrero Guinand, se cumplen 20 años del asesinato del que fuiste víctima por las balas de las Farc. No sabes el dolor tan grande que sentimos todos los tuyos dos décadas después, al vernos abandonados de tu presencia.
Junto a ti, en el ejército celestial, hay más de 53.897 compañeros de las Fuerzas Militares que han caído en esta guerra fratricida, así como otros 10.591 héroes de la policía. El Ejército fue tu vida y la de muchos de tus compañeros. Fue tu segunda razón de existir, después de tu familia. Nos llenaste de orgullo con tus primeros puestos e innumerables condecoraciones.
Tu legado de virtudes, principios éticos, morales y cualidades tanto militares como humanas, persiste en la tropa. Viviste lo que amabas, pero truncaron tus sueños de largo plazo y el dolor por tu pérdida nunca desaparecerá, aunque siempre estaremos orgullosos. Tu vacío es inmenso, inalcanzable por nada ni por nadie.
Tu madre Amparo, tus hermanos Luis Fernando y María Angélica, y tu sobrino Sebastián te decimos: gracias por haber sido parte de nuestras vidas. Gracias por lo que hiciste por nosotros y por la Colombia que amabas. Diste tu vida por ella y tu memoria permanecerá siempre con nosotros y en el glorioso Ejército nacional de Colombia.
Imborrables son las memorias de 13.600 viudas y 54.000 huérfanos que nunca entenderán por qué tener un padre soldado fue una tragedia desde su nacimiento. En la policía, 3.332 viudas y 1.485 huérfanos enfrentan el mismo dolor.
Imborrables también son las historias de 17.000 soldados dejados con movilidad reducida en combates, algunos sin extremidades, ciegos, sordos, todo por haber luchado por nuestra sociedad en defensa de la vida, honra bienes y creencias de los colombianos.
Imborrables para los 7.038 héroes afectados por artefactos explosivos colocados cobardemente y que han afectado a población inocente como niñas, niños y, en general, a la población civil.
Imborrables para los más de un millón de víctimas mortales civiles ajenos al conflicto, sin contar aquellos más de 8,5 millones de personas víctimas del desplazamiento forzado a causa de los grupos delincuenciales. De ellos, se estima aún hay un poco más de cinco millones que se mantienen hoy en esa condición.
Imborrables son los 3.000 hombres que, tras vencer a los enemigos de la patria, hoy están privados de su libertad. Imborrables son aquellos soldados que no están presentes en el nacimiento de sus hijos ni en el entierro de sus padres por estar en el campo de batalla.
Imborrables para los más de 4.000 secuestrados y para los más de 13.000 afectados de la Fuerza Pública por delitos contra la libertad y la integridad sexual.
Imborrables para quienes, en las selvas, desiertos, ríos, mares y nuestro cielo azul, enfrentan el miedo anteponiendo la dignidad y el deber por encima de cualquier dificultad, noche tras noche, todos los días del año.
Ellos, militares y policías, nos muestran a diario su compromiso en defensa de la institucionalidad de la nación. Debemos reconocer su esfuerzo y valentía, sus sacrificios no deben ser solo estadísticas.
La vocación de servicio de nuestros soldados y policías es única en el mundo moderno. Lo hacen con determinación y entusiasmo, siempre enfocados en el bienestar de sus compatriotas, a menudo sin recibir el reconocimiento que merecen por su labor. Finalizo estas reflexiones con un mensaje a mi hijo, en este veinteavo aniversario de su sacrificio.
Paz en tu tumba y en la de los 55.500 asesinados como él. Siempre decías: “los ingenieros militares estamos para la guerra y para la paz”.